Caperuza y el Lobo - TREINTA Y OCHO - Zaslove, La Maldita Roja

lunes, 16 de septiembre de 2019

Caperuza y el Lobo - TREINTA Y OCHO




Miedo, furia, curiosidad, precaución y fascinación fueron las emociones de las que se alimentó Cirse, cuando entro a la cena detrás de Louis y seguida por los otros tres miembros de su manada.

A pesar de que habían llegado a tiempo, toda la gente de Adriel ya se encontraba ahí y aunque Caperuza agradeció el festín emocional, pero se desanimó al comprender que jamás la aceptarían. 

Se acercaron a la mesa de Adriel, a su lado había una loba, que parecía enamorada de él, así que supuso que era la mujer de la que le había hablado su tía Aradia. A ella si la aceptarían sin ningún problema, pensó mientras la observaba fijamente, no era fea y parecía fuerte. 

—Gracias por venir espero que disfruten de la comida y el vino— dijo Adriel, mientras tomaba la mano de Louis. 

—Gracias por invitarnos.

Cirse aprovechó el momento para descubrir su cabeza, que deliberadamente tapó con su capa roja e inclinó la cabeza en forma de agradecimiento. De inmediato sintió una ola de sorpresa y admiración proveniente de todos los lobos, sin importar su género, que la vieron de frente o perfil. 

Ella sabía que era bonita, tal vez no era sensual como su tía, pero la inocencia de su cara y sus ojos negros siempre impresionaba. Aun así, decidió usar su magia para crear un efecto más apabullante. Tal vez nunca me acepten, pero siempre me van a recordar y desear, sentenció.

Adriel la vio fijamente, hasta que Gailan los invito a sentarse en la mesa más cercana a la tarima, que era donde estaba la principal que ocupaban: Myrcella, Gailan, Adriel, Mar y Yul.

Cuando todos estuvieron sentados, el Lobo dio la orden para que sirvieran la comida: eran grandes trozos de carne asada y cerveza por montón. Sin embargo, a Caperuza también le llevaron una especie de ensalada que, aunque sabía bien, no tenía un aspecto muy apetecible.

Tras un rato algunos de los presentes, motivados por el alcohol, empezaron a hablar más animadamente, hasta que por fin varios empezaron a tocar unos instrumentos y cantaban. A Cirse le impresionó que sin importar si eran mujer u hombre, todos actuaban del mismo modo salvaje; mientras que las parejas eran muy dominantes entre ellos, aunque siempre había alguno que llevaba el mando y era más que notable, en su mayoría eran los machos. 

En su mesa nadie se había parado a bailar, ni parecía tan borracho como lo demás, sospecho que estaban siendo cautelosos por su condición de visitantes.

—Tú novio no deja de verte— dijo de repente Louis.

—Lo sé— contestó ella volteando a ver de reojo a Adriel, quien la miraba. 

—Lo salvas y te vas. Eres cruel… 

—¿Estás borracho?— preguntó Caperuza sorprendida. 

—Un poco…— Lo cierto es que a esa altura de la noche ella también estaba un poco borracha y drogada, por el alcohol y la amapola que se había tomado para el dolor de su brazo. 

—Ahora vuelvo— le dijo a Louis y salió del salón, necesitaba un poco de aire, así que se cubrió con sus poderes, para que nadie la pudiera ver y salió de ahí. 

Cuando estuvo afuera respiro hondo y vio la luna, las densas nubes la cubrían, pero estaba en la fase perfecta para hacer un hechizo de desapego. Su mente vagó hasta el frasco que su tía le había dado para dejar de amar a Adriel y quiso llorar, siempre lo traía con ella, pero no tenía el valor para tirarlo o tomarlo. 

—Cirse— la llamaron. Ella reconoció la voz y la odio, la furia inundó su interior.

—Pensé que te había prohibido hablarme— dijo y se dio medio vuelta para ver a Yul. 

—No quiero pelear, solo quiero agradecerte por salvarnos. 

De repente a Yul empezó dolerle el estómago y se dobló por la mitad, sin poder respirar. 

—¿Sabes por qué no use mi don en tu contra?— dijo mientras se acercaba a él y le acariciaba la cabeza— Sabía que me volverías a hablar y que yo podría causare daño— sin decir más, detuvo el dolor que le provocó al lobo. 

—Se que me culpas porque que lo tuyo y lo de Adriel no funciona, pero nada le impide estar contigo— dijo mientras recuperaba el aliento.

—Lo sé, pero prefiero lastimarte a ti que a él. 

Cirse se alejó de ahí y se adentró al bosque, tenía muchas ganas de huir y no voltear a atrás, sin embargo, sentía que algo la detenía y se repetía que era por su brazo, pero en el fondo sabía que eran sus sentimientos por Adriel.

—¿Qué haces aquí?— dijo el Lobo interrumpiendo de sus pensamientos. 
                                                      
—Pensando en ti— confesó Caperuza.

ZAZLOVE, LA MALDITA ROJA
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