Caperuza y el Lobo - VEINTINUEVE - Zaslove, La Maldita Roja

domingo, 9 de junio de 2019

Caperuza y el Lobo - VEINTINUEVE



Cirse pasó varios días en el castillo, pero siempre evitó cruzarse con la reina o algún otro miembro de la realeza. Se seguía negando a que más gente de la necesaria pudiera ubicar su cara, por ello a diario trataba de cambiar de aspecto: ojos azules, cabello rubio, un cuerpo más voluptuoso o la piel más oscura. Aunque su estancia no fue mala, a diario extrañaba su hogar y a Adriel.

Cuando sus heridas estuvieron totalmente sanas, Joan fue a su habitación y le explicó que era hora de pagar su tratamiento.

—En el Bosque Encantado viven cinco manadas de hombres lobo, hace poco dos de ellas cambiaron de alfa y quiero hacerle algunas preguntas, todo lo que tendrás que hacer es ordenarles que me digan la verdad.

—¿Sólo iremos a esas dos manadas?

—No, visitaremos las cinco.

—Trato.

Se suponía que Joan era una bruja buena, sin embargo, Cirse no lograba de confiar en ella. Lo que decía era demasiado fácil y con un simple embrujo que la misma Joan podía hacer bastaría para obtener la verdad, aunque cualquier hombre lobo podría oponerse un poco, al final no tendría opción.

Salieron a la mañana siguiente, con cinco caballeros de compañía. Todos iban a caballo y Cirse se sintió ansiosa y preocupada, porque sabía que en el viaje irremediablemente iba a volver a ver a Adriel. No va a ser la mejor manera de volver a verlo, pensó.

El primer día visitaron una manada de lobos negros, no hubo gran alboroto, sin embargo, Caperuza notó el enojo y el asombro del alfa cuando ella le ordenó contestar con la verdad y se sintió culpable, entonces su preocupación incrementó al recordar que también tendría que darle la orden al Lobo.

Al anochecer llegaron a la segunda manada, donde se quedaron a dormir. En el lugar, los atendieron bien, a pesar de que notó que a los lobos no les agradaba Joan.

Después de cenar con el alfa y otros miembros de la manada, les dieron una casa para que todos pudieran dormir. Cirse fue al cuarto de Joan antes de dirigirse a la cama, con la intención de poder alimentarse de alguna emoción, aunque sabía que de la bruja no sacaría nada.

—No les agradas a los lobos— acusó Caperuza.

—No tengo que agradarles— dijo tan seria como siempre.

—Supongo que no. ¿Cuándo haremos el interrogatorio?

—Mañana antes de irnos.

—¿Por si algo sale mal?— Joan la volteó a ver y aunque Cirse no estaba segura, podía jurar que la bruja había fruncido el ceño

—Nada tiene que salir mal.

—Perfecto, iré a dar una vuelta.  

Cuando estuvo unos metros alejada de la cabaña, uno de los caballeros la alcanzó y empezó a caminar a su lado.

—La señora Joan me mandó a cuidarla— el hombre traía su ropa de cuero y una cota de malla, aparte de su espada larga y una daga en el cinturón.

—Vamos a caminar un poco por el bosque— le aviso Caperuza adentrándose entre los árboles—. ¿Cuál es tu nombre?

—Soy Arturo— respondió escuetamente. Lo entrenaron bien, pensó Caperuza, seguro está hechizado para que no lo pueda seducir.

—¿Te han contado sobre las almas del bosque?— sin esperar respuesta Cirse siguió hablando— Se supone que cada árbol y flor tiene un alma, aparte de la suya.

De repente Caperuza, se detuvo y volteo a ver al caballero. Era guapo, le empezaba a crecer la barba y tenía las facciones cuadradas. Sus ojos de color café, tenían algunos destellos dorados, y su cabello negro estaba agarrado en una coleta.

Arturo, agarro su espada sin sacarla. Siempre alerta, como un buen caballero. Inteligente, pensó la Bruja.

—¿Qué hacemos aquí?— inquirió el caballero de manera brusca.

—Venimos a descansar. Yo vine a descansar, a ti te mandaron a vigilarme.

—La señora Joan solo quiere cuidarla— aunque Cirse sabía que era una mentira, Arturo parecía estar convencido de que decía la verdad.

—No importa, no te debes preocupar, no te mataré. Así que relájate— Cirse se quitó su capa roja y la acomodó en el suelo, para sentarse e invitó al caballero a compartir el mantel improvisado—. No estoy acostumbrada a los castillos, extrañaba la libertad que te brinda el bosque. ¿Tienes esposa?

—Sí— respondió secamente— y prefiero no hablar de mi vida.

—Muchos árboles llevan el alma de amantes despechadas y esposas con el corazón roto. Se supone que las cuidan hasta que sanan y entonces las liberan para que sigan su camino. ¿Tratas bien a tu esposa?

El caballero la volteo a ver enojado, pero Cirse utilizó su magia para que él la deseara más que nada en este mundo y su mirada se llenó de pasión. Caperuza sabía que el deseo en él no iba a durar mucho, por la protección que Joan le había puesto, así que aprovecho la pequeña oportunidad y lo beso.

Arturo le respondió el beso con una pasión inigualable, pero tras unos segundos la aventó con furia.

—Aléjate de mí bruja.

—Parece que no la tratas bien— dijo burlonamente Caperuza, mientras empezaba a alimentarse de la furia del caballero.

Los árboles comenzaron a moverse a su alrededor y las ramas se alargaron para alcanzar a Arturo. Él trató de zafarse y cortó algunas que empezaron a sujetarlo, pero al final quedó atrapado.

—¿Qué me haces?

—Yo nada, tú eres el mal esposo. Las almas los saben y quieren venganza, quieren matar al amante cruel e infiel— el caballero la vio con terror y Cirse se dio un festín con el miedo que impregnó el ambiente.

ZAZLOVE, LA MALDITA ROJA
Derechos Reservados

4 comentarios: