El Lobo vio a Caperuza en medio de la sala llorando. ¿Cómo habían llegado a este punto? La habitación estaba destruida: los muebles hechos trizas, en el suelo había vidrios esparcidos por la ventana que se había roto, el juego de tazas que él hizo estaban rotas cerca de la mesa, que también estaba derribada con las patas rotas, la frazada con la que se acurrucaban en el sillón se encontraba desgarrada, él la había roto.
Marcas de sus garras se esparcían por las paredes, los muebles y la piel de ella. La sangre cubría sus garras y salpicaba toda la sala, pero no sólo era la de ella; Cirse también lo había herido en varias partes de su cuerpo, pero tenía un profundo corte en uno de sus costados. Su pelaje estaba empapado de sangre y un charco se formaba debajo de sus patas; había sufrido peores ataques, sin embargo, esta le dolía más que cualquier otro.
Adriel dio un paso hacia la pequeña bruja, mientras trataba de no pensar en el dolor que no lo dejaba respirar. Tengo que reparar todo esto, pensó.
—No te acerques —susurró, entre lágrimas, Caperuza.
El Lobo se detuvo y olió su miedo. Ella estaba asustada, herida y llorando, por su culpa. No puedo quedarme aquí. Se dio la media vuelta y comenzó a caminar hacia la puerta, cuando un nuevo olor impregnó la habitación. Sintió que una ola de energía lo lanzaba contra una pared, devolviéndolo a su forma humana.
Con dificultad la Caperuza se levantó del suelo, las heridas de su pierna y su brazo le hacían difícil cualquier movimiento, el Lobo la había atacado en buenos lugares, para que todo movimiento se volviera una tarea titánica.
Con la mirada roja y llena de furia se acercó a él, que estaba empotrado en una pared, desnudo y a su merced. Las venas de Adriel se marcaban en todo su cuerpo, evidenciando que estaba usando demasiada magia en su contra.
—Ya te ibas —dijo con un tono neutro, que no combinaba con su mirada.
La propia mirada del Lobo se tornó roja, no iba a permitir que Cirse lo tuviera de esa manera, no volvería a dejar que lo trataran de esa manera. Respiro y trató de reunir fuerzas, para librarse del agarre mágico, cuando sintió los dedos de la bruja entrando en la herida que, en su forma humana, se ubicaba en sus costillas. Soltó un terrible gruñido, que estremeció a su atacante.
—¿Qué tratas de hacer? Quieres lastimarme más —preguntó Caperuza, sin ningún tipo de emoción.
—No —le respondió el lobo, con los dientes apretados.
—¡Mentiroso! —gritó, hundiendo sus dedos más en la herida— ¡Ve todo lo que hiciste! ¡Ve todo lo que destruiste! ¡Eres un bestia! Un monstruo…
El lobo sintió un inmenso dolor, que nubló su mente, pero no le daría el gusto de gritar a la bruja. Se estaba dando por vencido, ya no quería pelear, no con ella; si esto es lo que Caperuza quería, que quedara en su conciencia; aunque lo destruía saber que ella lo lastimaba sin dudarlo.
Oía los gritos de Caperuza, los reclamos, el odio, pero el dolor no lo dejaba entender que decía. Hasta que se volvió que ella gritó llena de dolor, un gemido potente mezclada con llanto.
Cirse liberó a Adriel de su magia y anestesió el dolor que había provocado en el lobo. Él cayó de bruces al suelo, aún en su forma de humano, por un momento juró que pudo oír un perdón, pero no estaba seguro.
—¡Lárgate! —le ordenó la bruja, comenzando a llorar de nuevo. Adriel se transformó nuevamente y se fue.
El Lobo salió de la casa de Caperuza y se dirigió a su antiguo hogar, cuando estuvo ahí el dolor de sus heridas volvió. Había vuelto por ella, pero sólo consiguió lastimarla y darse cuenta de que ella no quería estar con él.
Adriel se había enojado después de que Cirse le dijo que no lo esperaría, pensó que era por alguien más, si no porque se había enojado tanto por una marca. Le gritó y aventó algunas cosas, pero no la lastimó, hasta que ella lo atacó con un cuchillo.
¿Por qué arruinaría mi vida con un animal como tú?, le había gritado ella y el Lobo en él salió a defenderse, pero ahora se arrepentía. Cirse estaba llorando y sufriendo cuando me fui, lo olí y lo sentí. Debí quedarme, pensaba una y otra vez.
Esa noche, sin importarle el dolor de las heridas, el Lobo salió a aullar a la Luna, lloraba porque había perdido Caperuza.
ZAZLOVE, LA MALDITA ROJA
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