—No te puedes ir al
Bosque de Blair— dijo Adriel, quien no podía creer que después de todo lo que
había hecho por Cirse se fuera a ir como si él no existiera.
—Puedo hacer lo que
quiera, igual que tú. Aparte todavía no es seguro, sólo es una posibilidad— Caperuza
se sentó en su sala, mientras el Lobo se quedó de pie a mitad de la habitación.
Adriel la veía con dolor, él la necesitaba a su lado.
—Ya soy el alfa de la
manada— le contó el Lobo y Cirse lo volteó a ver con sorpresa. Se levantó para
abrazarlo.
—¡Felicidades!— le
dijo con una gran sonrisa en la cara— ¿Cómo fue? ¿Ahora qué harás?— preguntó
Caperuza y trató de separarse de él, pero Adriel no la soltó.
—Dirigir la manada,
cuidarla, darle sustento y todo eso. Ahora son mi responsabilidad.
—Siempre los
cuidaste.
—Pero ahora es
oficial.
Aprovechando la
cercanía, el Lobo besó a Caperuza y la levantó del suelo. De inmediato ella
enredó sus piernas en su cadera. Él quería besar y disfrutar cada parte de su
cuerpo con paciencia, pero antes debía estar dentro de Cirse, le urgía estar de
nuevo en su interior. La llevó hasta la mesa de la cocina mientras disfrutaba
del sabor de su boca y de su cuello, y ahí la sentó.
Adriel vio a los ojos
a Cirse, que al igual que los de él reflejaban puro deseo, y observó como ella
misma subía su vestido, para dejar al descubierto sus largas piernas y su sexo.
—Por favor— susurró
ella y él entró de golpe en su interior.
—Te extrañe mucho— le
dijo al oído mientras entraba y salía de ella.
Justo antes de que ambos
llegarán al orgasmo, el Lobo sacó sus colmillos y mordió a Caperuza en el
cuello y sintió como las uñas de ella se clavaban profundamente en su espalda.
Cuando el clímax
paso, Adriel vio la sangre recorrer el vestido de Cirse y olió la sorpresa
que emanaba de ella. La quiso ver a los ojos, pero ella lo aventó y corrió al
baño. La alcanzó y la vio inspeccionando su herida en un espejo.
—Me marcaste— lo
acusó ella. Entre los hombres lobo existía la costumbre de marcar a su pareja,
para reclamar como suya, pero también para saber si estaba en peligro o si
necesitaba ayuda.
—Sí— respondió él,
sin ningún tipo de culpa.
—No soy de tu
propiedad.
—Eres mía.
Ella lo volteó a ver
incrédula, no quería creer que realmente él la hubiera marcado sin su
consentimiento.
—Siéntate— le ordenó
ella y Adriel se sentó en el suelo como un animal—. Yo nunca te he tratado con
un animal, pero tú me acabas de tratar así.
—No lo hice por eso—
se excusó el Lobo, furioso por estar en esa posición.
—¿Entonces?— gritó
furiosa Cirse, mientras lo aventaba contra la pared con su magia— Por ninguna
razón, tenías el derecho de hacerme esto.
—¡No vamos a poder
estar juntos!— dijo el Lobo, para después de caer al suelo. Adriel vio la
mirada de tristeza en la pequeña bruja— Tengo que estar con mi manada y
necesito tiempo para acoplarme, no voy a poder cuidarte y la marca me dejara
saber si estás bien. Pero después…
—¿Quieres que te
espere?— preguntó incrédula.
—Sí— dijo él mientras
se acercaba para tener algún contacto con ella, pero Cirse lo evadió—. Sólo
será un tiempo y luego podremos estar juntos.
—¿Cuánto tiempo? ¿Una
semana? ¿Dos semanas? ¿Un año?
—No lo sé, pero nos podremos
ver de vez en cuando.
—Tú manada está lejos
de aquí.
—Y más lejos de
Blair, en un tiempo podrías mudarte más cerca de mi manada.
—Vas a estar lejos de
mí...— susurró Cirse y el Adriel olió miedo en ella.
—Sólo un tiempo.
—No te puedo esperar—
dijo Caperuza y se alejó del Lobo.
ZAZLOVE, LA MALDITA ROJA
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