Su vida se había
convertido en un caos desde que Adriel había salido de su casa, sólo habían
pasado unos días, pero Cirse sentía que era una eternidad.
A veces se sentía
culpable por presionarlo con el tema de Yul y todo lo que quería era buscarlo
para pedirle perdón. Sin embargo, los trabajos que le encargaban la
entretenían, sobre todo porque en varias ocasiones había tenido que hacer las cosas
dos o más veces, debido a que nada le salía a la primera.
Mientras veía a una
mujer morir a su lado, se dio cuenta del desastre que era, este era su segundo
sacrificio del día y también era la segunda vez que lo arruinaba, tenía que
sacar el corazón intacto de su víctima, pero otra vez lo había dañado con su
cuchillo.
Sentada a mitad del
bosque, con las manos llenas de sangre y el cuerpo de una joven muerta a su
lado, se sintió impotente y enojada. Ese estúpido Lobo sólo ha traído
desgracia a mi vida, ahora no soy capaz de matar a alguien correctamente,
pensó, mientras las lágrimas comenzaban a salir de sus ojos.
Caperuza se sentía
derrota y se culpaba por haberse enamorado de un simple animal, a mí
que soy una poderosa bruja, me derrotó un maldito lobo.
Tras unos momentos,
cansada de autocompadecerse, se limpió las lágrimas y se acercó a la pobre
mujer muerta a su lado. Tal vez su corazón ya no le servía, pero aún había
partes de su cuerpo que la ayudarían. Le quitó los pulmones, los ojos y rellenó
varios frascos con su sangre, después quemó lo que quedaba y se fue a casa.
Cuando llegó vio una
silueta masculina en la entrada, por un momento su corazón se detuvo al pensar
que era Adriel, pero sólo era Lomelí, que la esperaba con su enorme sonrisa
blanca.
—¿Qué haces aquí?
—Vine a verte, la
Reina Roja nos mandó a espiar el Reino de Cenicienta, cree que Ella está
teniendo tratos con Blancanieves o su madrastra.
—La santurrona de
nuestra reina no se envolvería con la robamaridos de Grimhilde o la cruel de
Roja.
—Te ves cansada— le
dijo Lomelí mientras la ayudaba a cargar los sacos que Cirse cargaba y entraban
juntos a su casa—. ¿Qué pasó con el lobo ese?
—No he dormido bien y
no sé, hace días que no lo veo.
—¿Estás triste?
—Sí, así que no va a
pasar nada entre tu y yo.
—Me ofendes— replicó
el caballero, mientras puso una mano en su pecho—. Yo solo vine a visitar a una
amiga.
Caperuza se le quedo
viendo un momento, conocía bien a Lomelí y nunca la visitaba a menos de que
quisiera algo a cambio, si no quería sexo, había venido por algo más.
—¿Qué es lo que
quieres Lomelí?
—Bueno— dijo tras
unos segundos de silencio—, quisiera algo para poder escuchar y ver mejor,
haría más fácil mi trabajo de caballero espía.
—¿Y con qué pretendes
pagar?
—¿Qué es lo que
quiere mi brujita favorita?
Cirse se quedó
callada y empezó a sacar los pulmones y los ojos de la joven, así como los
frascos con sangre, y los guardó en las estanterías y en el refrigerador. Ya
sabía lo que pediría de pago, pero la inquietud y el asco que sentía Lomelí la
estaban alimentando.
—Quiero— dijo
mientras volteaba a ver al caballero— un ramo de flores, de las que crecen en
el Reino de las Maravillas, de las que hablan.
—No hablan, sólo
repiten lo que escuchan. La próxima vez que venga te las traigo.
—Sobre eso, estaba
pensando en mudarme al Reino de Blancanieves, al Bosque de Blair.
La bruja llevaba
mucho tiempo pensando en mudarse a casa de sus padres, pero no se había
atrevido, aunque en ese momento con todo lo que pasaba con Adriel le parecía
una buena idea.
—¿Cómo te encontrare?
—Lo harás… sólo
pregunta por las brujas del bosque, no somos muchas— Caperuza le dio un bote
con un elixir morado—. Está hecho con orejas y ojos de lobo, con un trago
podrás oír y ver mejor que cualquier otro humano, el efecto durará un par
de horas.
En cuanto Lomelí
abandonó su casa, Cirse se sintió completamente sola, realmente no quería irse,
al menos no sin despedirse del Lobo. Se puso su capa roja y salió, decidió ir a
casa de Adriel cuando lo vio saliendo de entre unos arbustos en su forma animal.
—¿Qué haces ahí?
—Veía lo que pasaba
entre tú y ese caballero. Tienes razón los lobos tenemos un buen oído— dijo
acercándose a ella—. ¿A dónde vas?
—Iba a dar una
vuelta— mintió. No quería demostrarle alguna debilidad por él.
—Mentirosa. Huelo las
mentiras— ella no sabía porque, pero el Lobo le parecía más amenazador de lo
normal, como si estuviera a punto de atacar, así que instintivamente dio unos
pasos atrás— ¿Por qué me tienes miedo? ¿Crees que sería capaz de lastimarte?
—No lo sé— respondió,
pero quería decir sí y Adriel lo supo. Por un momento Cirse vio dolor en los
ojos del Lobo y se alimentó de la emoción, sin quererlo.
ZAZLOVE, LA MALDITA ROJA
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