Esa noche Caperuza
llegó antes que Adriel, así que se sentó en la tierra y se recargó en el árbol
del que se había colgado horas antes. Siempre había preferido salir de noche, cuando la gente
dormía y no tenía que fingir una sonrisa para alguien más.
La Luna era llena, se
veía totalmente blanca y brillaba con gran intensidad, rodeada de miles de
estrellas. Era un buen momento para usar magia, sin embargo, era mucho mejor
para un hombre lobo. No debí hacer ningún trató hoy, si él se queda con hambre
me podría convertir en parte de su cena, pensó Cirse.
Tras meditar un
momento, se levantó y fue a ver a la víctima que llevó, era una joven hermosa y
virginal, con un largo y sedoso cabello rubio cayéndole sobre los hombros y un
vestido blanco que no dejaba nada a la imaginación, ya que se ceñía a su
cuerpo.
La pobre chica dormía
profundamente gracias a la magia de Cirse y era totalmente inconsciente de su
terrible futuro. Casi parecía la hermosa princesa de una historia, la cual
necesitaba ser rescatada por un valiente caballero de la bruja malvada.
—Lástima que nadie
vendrá a rescatarte— susurró
—Yo podría
rescatarla— dijo Adriel al oído de Cirse
—Sería un terrible
desperdicio— contestó ella sin inmutarse por la cercanía del Lobo—, pero es
tuya, así que es tu decisión.
Él caminó y se
acuclilló cerca de la mujer, con un dedo rozó el contorno de su cara, mientras
contenía la respiración; ella le pareció profundamente hermosa y apetecible de
varias maneras.
—Si tratas de irte en
silencio, estás haciendo mucho ruido— expresó el hombre lobo mientras se ponía
de pie y se daba la vuelta.
—No trato de irme,
pero verte comer o tener sexo, es algo prefiero evitar.
Esa fue la primera
vez que Cirse pudo ver a Adriel de frente, sin estar distraída por fracasar en
cazarlo o por descubrir que era un hombre lobo. Él era mucho más alto que ella,
al menos una cabeza, y más viejo o al menos ese aspecto le daba su cabello que
era más blanco que negro, al igual que su tupida barba, sin embargo, sus cejas
negras y sus ojos azules eran de alguien joven.
Durante su primer
encuentro ella ya había notado y sentido que su cuerpo era musculoso,
definitivamente no era el de un hombre mayor, aunque eso podría ser porque él
también era un lobo. Que mal que esta vez se encuentre vestido, se dijo
Caperuza mientras veía los pantalones sueltos que traía y su camisa de tela
blanca, parecida a la que usaban los campesinos del pueblo.
—No voy a hacer nada
aún…
—¿Cuantos años
tienes?— interrumpió ella— Lo pregunto por tus canas.
—Las canas son porque
soy un lobo blanco.
Eso era cierto, era
un lobo totalmente blanco, grande y muy hermoso; la primera vez que lo vio,
Cirse pensó que tal vez podía quedárselo como mascota, en vez de matarlo y
usarlo para algún ritual.
Sin darle más
importancia al asunto, se acomodó su capa y dispuso irse a su hogar, una
pequeña cabaña al otro lado del bosque.
—Bueno te veo mañana
aquí, para el segundo pago.
Caperuza empezó a
irse cuando el Lobo la jaló del brazo y la beso con mucha pasión, pegándola
totalmente a su cuerpo y tomándola con firmeza de la cintura.
—Me dejaste con
hambre— dijo él con voz entrecortada.
Por un momento, Cirse
creyó que la iba a atacar y se puso rígida, lista para defenderse, pero cuando
él la tomó de su trasero y la cargó, ella se relajó y enredó sus piernas en las
caderas de él. Nunca antes había probado a un hombre lobo.
Zaslove, La Maldita Roja
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