Al despertarse el
Lobo se quedó un rato observando a Caperuza mientras dormía, se veía tan
tranquila y apetecible, sin embargo, ya había disfrutado de ella en cuanto
llegaron a su casa, después de que le volviera a gritar por llevar a Yul a su
casa.
Cirse lograba sacarlo
de quicio cada vez que se enojaba o se empeñaba en hacer algo, no entendía cómo
alguien tan pequeña le causaba tanta desesperación, pero de un tiempo para acá
había entendido que el sexo la relajaba y la hacía olvidar sus caprichos,
aunque sólo fuera un rato.
Bajo a la cocina para
preparar su desayuno, en teoría su casa era más pequeña que la de Cirse, pero
era de dos pisos, arriba estaban dos habitaciones y el baño, mientras que en la
planta baja estaba la cocina, el comedor y una pequeña sala.
Cuando todo estuvo listo
llamó a la pequeña bruja y ambos se sentaron a la mesa, Caperuza no lo dejaba
de ver, pero tampoco le hablaba.
—¿Qué?— preguntó él
un poco fastidiado— ¿Sigues enojada?
—Sí y tú no me tomas
en serio.
—Claro que lo hago—
no, no lo hacía—. Ya te pedí que me disculpes.
—No, te odio— por eso
no la podía tomar en serio, no entendía porque si estaba tan enojada había
aceptado ir a su casa y porque parecía que sólo estaba haciendo un berrinche.
Él se levantó de su
asiento y se acercó a ella, la tomó de la barbilla de manera brusca y la besó,
ella le respondió inmediatamente, pero le mordió su labio inferior con fuerza.
—¡Listo! Ya no puedes
estar enojada.
Durante la tarde él
se encargó de lavar su herida y cuidar que no rompiera nada de su casa, ya que
Cirse se tomó a la tarea de agarrar todo lo que había a su vista, aunque jamás
revisó ni un sólo cajón, caja o nada que estuviera guardado. Cuando terminó de curiosear,
simplemente lo volteó a ver y le dijo:
—No tienes nada
interesante, eres un lobo excesivamente aburrido
Obviamente lo
interesante estaba guardado, pero ella lo dijo con extrema seriedad, así que él
le dio una nalgada y se pegó a su trasero, para que sintiera su pene.
—Eso no es lo que
parece cada vez que te hago gemir— le dijo al oído.
Cirse se sonrojó,
podía ser muy abierta y pasional en el sexo, pero había momentos en los que una
frase la ponía nerviosa y se veía terriblemente inocente.
Al llegar la noche
ambos se recostaron en la cama y aunque el Lobo tenía planeado disfrutar de Caperuza,
quería hacerle algunas preguntas y sabía que el mejor momento era ese, ya que
no podría huir o evitarlo.
—¿Sabías de la guerra
entre Grimhilde y la Reina Roja?
—Sí— con esa
respuesta el Lobo se empezó a enojar.
—¿Y por qué no me
habías dicho?
—¿Por qué habría de
decirte?— preguntó ella sin entender y Adriel no podía creer lo que oía.
—¡Porque sí!— dijo
exaltado, mientras se sentaba en la orilla de la cama— Tú ayudaste a Roja, si
la madrastra se entera tú serás su enemiga y podría pasarte algo, aparte ahora
la Bruja Verde está de su lado.
—Pero ese sería mi
problema, no entiendo para qué quieres saber.
El Lobo estresado por
las tonterías de Caperuza se levantó y salió del cuarto. El animal en él quería
volver y gritarle que entendiera que podía estar en peligro y que él podía
ayudarla, pero era tan orgullosa y estúpida que no lo entendía.
Cuando iba a mitad de
las escaleras, sintió que alguien lo jaló de su brazo, al voltear vio a Cirse
con cara de preocupación.
—¿A dónde vas?— le
dijo ella con dulzura y él se tranquilizó un poco— Esta es tu casa, si quieres
yo me voy.
—¡No quiero que te
vayas!— gritó furioso y sintió como sus colmillos de lobo empezaban a salir.
Zaslove, La Maldita Roja
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