Cirse no fue al lago como le había dicho el Lobo, caminó hasta su casa y
se dio un largo baño, le encantaba meterse a su tina y relajarse en cuanto
llegaba a su hogar, sin importar lo tarde que fuera. Un poco de lavanda, una
infusión y un largo baño era todo lo que necesitaba para olvidarse de un día
pesado y los suyos lo eran, en especial ese.
A pesar de tener una mañana tranquila, en la tarde se enfrentó a las
quejas de un sujeto con él que según salía, o al menos eso era lo que creía él,
porque ella nunca recibió un tipo de aviso, ni nada por el estilo.
¿Qué en dónde había estado toda la noche? Eso que le importaba a él, sí
quería verla debió decirle con anticipación, en vez de llegar a medianoche a su
hogar sin ningún aviso, así ella no se hubiera quedado en el bosque a tener
sexo con un hombre lobo al que acababa de conocer.
Luego fue lo de la escena de Adriel matando al muchacho que le llevó, su
frialdad la asustó. No era la primera muerte que presenciaba, ella misma había
sacrificado a mucha gente, pero lo del Lobo era diferente, era más crudo, más
bestial.
Sin embargo, esa no era el motivo por la que no fue al lago, la razón
era más simple: estaba cansada y no quería quedarse en medio del bosque en
espera de que el Lobo llegará. Prefería hacerlo mientras descansaba en su
hogar, por lo que dejó un camino de rosas a su hasta su casa, sólo esperaba que
Adriel captara la indirecta.
No es una buena idea llevar a un animal salvaje a tu hogar, pensó, pero tenía el terrible defecto
de ser curiosa y quería saber si realmente él podía curar sus heridas.
Caperuza jamás pudo
imaginar que esa curiosidad se iba a convertir en amor y que su gran tina de
baño, la cual era su lugar favorito para descansar, pasaría a ser un refugio de
todo el dolor que el Lobo y ella causarían.
Eran casi las tres de la mañana cuando, mientras se ponía aceites sobre
su cuerpo, alguien tocó la puerta de su pequeña casa ubicada en uno extremo del
Bosque Encantado, alejada de cualquier pueblo, pero lo suficientemente cerca
para poder llegar caminando.
En la entrada encontró a Adriel, ella le permitió pasar sin decir una
palabra y lo guio hasta la pequeña sala, donde los dos se sentaron.
—¿Por qué no te quedaste en el lago como te dije?
—¿Por qué crees que puedes darme órdenes?— respondió ella divertida.
—No era un orden, pero era para curarte.
—Pues estás aquí, aún puedes hacerlo, ¿no?
Adriel se le quedó viendo, sin responder, había pensado que la bruja no
había ido al lago porque le tuvo miedo, estaba seguro de que lo había olido;
sin embargo, ella le dejó un camino para que pudiera encontrarla y ahora
estaban ahí como si fueran conocidos.
—¿Te asuste cuando me viste matar a aquel muchacho?
—Sí— respondió sinceramente—, pero es tu naturaleza.
—Te puedo curar lamiendo tus heridas, pero tiene que ser en mi forma de
lobo.
—¿En serio?— preguntó ella sorprendida, por el cambio brusco de tema y
por la cura, aunque sonaba lógico. Los mamíferos lamían sus heridas, para
desinfectarlas y curarlas— No estoy segura de querer que me lamas.
—Es tu decisión, pero ten en cuenta que las heridas que te provoque
tardarán más en curarse.
En eso tenía razón, a pesar de su magia no había podido curarse en todo
el día, no se había preocupado, pero en pocos días iba a visitar a su abuela y
no quería preguntas sobre las garras marcadas en su trasero.
—Está bien
Cirse se levantó y Adriel se convirtió en el Lobo, sin poder mirarlo
ella se dio la media vuelta y se levantó su vestido blanco, hasta su cintura.
Tenía los nervios a flor de piel, una cosa era tener a un hombre viendo su
trasero y otra a un animal, aunque sabía que realmente no lo era.
Pensaba en todo eso, cuando sintió una pata animal en sus heridas.
Caperuza volteo a ver a Adriel y notó un brillo divertido en sus ojos.
—No te voy a lamer,
sería raro.
—Puedes hablar en tu forma de Lobo— dijo la bruja sorprendida y olvidándose
de todo lo demás.
—Es más como una conexión mental. Tú puedes entender los gruñidos y
sonidos que hago como lobo— Adriel se convirtió en hombre de nuevo y comenzó a
besar las heridas de Cirse—. En realidad, también puedo curarte en mi forma
humana.
Caperuza sintió un escalofrío recorriendo todo su cuerpo y cerró los
ojos, para disfrutar mejor de la sensación.
Zaslove, La Maldita Roja
No hay comentarios.:
Publicar un comentario